Falleció Nora Cortiñas: su historia de lucha

Durante 47 años, Norita asistió cada jueves a la ronda de las madres en la Plaza de Mayo, ronda que nació durante la dictadura como espacio de organización.

Sociedad 31 de mayo de 2024 TELEDIARIO.COM.AR TELEDIARIO.COM.AR
Nora Morales de Cortiñas.
Nora Morales de Cortiñas.

En la tarde de este jueves 30 de mayo falleció Nora Cortiñas, una madre de la plaza que, en la eterna búsqueda de su hijo desaparecido por la dictadura militar, se transformó en madre de todas las luchas y en una de las más grandes referentes de los derechos humanos en el país. Desde Prensa Obrera nos permitiremos recordarla como lo que fue, una luchadora incansable.

Norita nació el 22 de marzo de 1930, era una de las cinco hijas de una familia de españoles clase media que se asentó en el barrio de Monserrat. Se casó con Carlos Cortiñas, que era seis años mayor, y se mudaron a Castelar. En 1952 nació el primer hijo de la familia, Carlos Gustavo (a quien lo llamaban por su segundo nombre) y en 1955 llegó Marcelo.

Ella daba clases de alta costura, a veces cosía para afuera, y estaba alejada de cuestiones partidarias y políticas. Gustavo trabajaba en el Ministerio de Economía y era militante de la Juventud Peronista. Con la dictadura, la muerte se encontraba a la vuelta de la esquina para aquellos que intentaran enfrentarla. Nora se angustiaba y le pedía a Gustavo que no se expusiera: –¿Qué querés, mamá, que vayan los hijos de otras madres?- contestaba Gustavo. Esta es una de las anécdotas que Nora jamás dejó de repetir, en primer lugar por sentirse orgullosa de la conciencia social de su hijo y de su valentía para hacerle frente a un régimen terrorista, pero también porque ese día ella entendió que había que luchar, siempre. Y cumplió con la enseñanza de su hijo mayor.

Para 1977 Gustavo ya estaba casado con Ana y tenía un hijo de 2 años, Damián. El 15 de abril de ese año Gustavo salió para el trabajo. Nunca llegó. Tampoco se encontró con Ana, como habían convenido, y un grupo de militares irrumpió en la casa haciendo preguntas. Con el tiempo se supo que a Gustavo se lo había llevado un grupo de tareas de la estación Castelar del tren.

Nora salió a su búsqueda. Lo buscaba cada día, desde la mañana hasta altas horas de la noche. El itinerario incluía comisarías, catedrales y organismos de derechos humanos. Un cuñado le habló de unas mujeres que se reunían frente a la Casa de Gobierno y allá fue. Llegó por primera vez a la Plaza de Mayo en mayo de 1977. Nunca la abandonó, ni con el terror que provocaron los secuestros de Azucena Villaflor De Vincenti, Esther Ballestrino de Careaga y María Eugenia Ponce de Bianco en diciembre de ese año.

Durante 47 años, Norita asistió cada jueves a la ronda de las madres en la Plaza de Mayo, ronda que nació durante la dictadura como espacio de organización: “no podía haber gente reunida, si no circulabas te llevaban, entonces caminábamos alrededor de la plaza viendo qué íbamos a hacer”, cuentan las protagonistas. Si hay algo que destacaba a las Madres de Plaza de Mayo, y en particular a Norita, era la valentía con la que enfrentaban a la dictadura, poniendo el cuerpo, denunciando las desapariciones y las detenciones ilegales con la cara descubierta y hasta yendo en persona a los centros clandestinos de detención buscando a sus hijos, como hizo Norita en la Mansión Seré, donde este viernes la velan.

“Yo pasaba muchas veces por ahí mirando, queriendo ver quienes estaban ahí, hasta que un día me metí haciéndome que era una vecina que quería comprar el predio. Me fui hasta el fondo, me arrimé a ese lugar donde estaba la ventana del sótano. Yo sabía que ahí había gente secuestrada”, contó y recordó que ahí en el lugar tuvo un diálogo “muy insistente y en voz alta para que me escuchara la gente que estaba ahí adentro y que supiera que sabíamos que ellos estaban en ese espacio. Fue muy fuerte, no me lo olvide nunca”, contaba Norita. Fuerza, coraje, valor, principios, ternura y amor, mucho amor, era lo que la caracterizaba.

Con el tiempo, el Estado intentó cooptar a Madres de Plaza de Mayo y apropiarse de las banderas de los derechos humanos, pero sin abrir un solo archivo de la dictadura para dar con el paradero de los hijos y nietos detenidos desaparecidos y hasta poniendo un genocida al mando del Ejército. Sin embargo, logró cooptar a un sector de Madres, lo que luego explotaron espacios como el de Milei para intentar desprestigiar a los organismos de derechos humanos, pero Norita no entregó las banderas jamás.

Se mantuvo en la lucha independiente, lo que le permitió sumarse a cada una de todas las luchas populares, no solamente en defensa de los derechos humanos y el juicio y castigo a los genocidas, también de los trabajadores por salarios, de los desocupados por comida y asistencia social, de las mujeres por la ESI y el aborto legal, de la juventud por la educación pública, de los jubilados por los haberes previsionales y hasta encabezó la lucha contra el genocidio en Gaza. El último tiempo Norita venía a las marchas en silla de ruedas y con barbijo, ya tenía una salud muy endeble ¡y venía! porque no luchar nunca fue una opción, era el ejemplo de miles.

Nora Cortiñas no encontró a su hijo, pero se envolvió en su lucha como madre de un detenido desaparecido y se transformó en la madre de todos los luchadores, en la madre de todo un pueblo que la abrazó en cada plaza y que hoy llora su muerte. No es la pérdida solo de una referente, es la pérdida de quien jamás perdió la esperanza de encontrar a su hijo, que se recostó en el amor para salir a luchar, no solo por su propia batalla, sino por las de todos.

Gracias por tanta lucha incansable y por marcar el camino, siempre que nos encontrábamos de tu lado sabíamos que estábamos del lado correcto de la historia. El mejor homenaje que podemos hacerte es redoblar la lucha contra este gobierno hambreador y contra la impunidad de ayer y de hoy.

Hasta la victoria siempre, Norita.

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