¿Se acerca el fín?: derrotas, soledad y fuga de dólares que muestran síntomas de una crisis terminal

Los argentinos ya vieron esta película y hasta a muchos de sus protagonistas. Comenzó el proceso de fuga de capitales de las grandes empresas y a Milei le queda solo una carta por jugar: Trump.

Interés GeneralHace 2 horasTELEDIARIO.COM.ARTELEDIARIO.COM.AR
Javier Gerardo Milei.
Javier Gerardo Milei.

Usted está aquí. En el comienzo de otra crisis. El final anunciado de una historia que los argentinos vivimos demasiadas veces. Es la tercera para Federico Sturzenegger y Patricia Bullrich, la segunda para Luis Caputo, la primera para los hermanos Milei y el principito Santiago Caputo. La impunidad de los poderosos por el daño causado es una condición de posibilidad necesaria para las debacles recurrentes que son el resultado de las mismas recetas aplicadas por el mismo personal. Y para que no haya impunidad tiene que haber un Poder Judicial que hoy no es más que una farsa de lo que debería ser. Será una tarea impostergable cuando toque resolverla; la prioridad, hoy, en el borde del abismo, debe ser frenar el daño antes de que se espiralice, cosa que puede suceder de un momento a otro.

La resolución institucional de este nuevo episodio crítico va a depender de cómo se comporten en las próximas horas, días y semanas los actores involucrados: el presidente, su entorno, los pocos aliados que le quedan, los grandes empresarios que llevaron a Javier Milei hasta donde está, los bancos, los medios de comunicación, los jueces; también, aunque a esta altura en un lugar muy secundario, la oposición en el Congreso, en las provincias y en las calles; en última instancia el pueblo de la Nación, que en un mes y una semana acudirá a las urnas a dictar su sentencia. Pero el proyecto económico y político que encarnaron el presidente junto al “mejor ministro de la historia”, Luis Caputo, está terminado. 1100 millones de dólares regalados en tres días es un resultado saca técnico.

A pesar de la dispendiosa intervención del Banco Central (ya no flota), las bandas se pulverizaron, el dólar y el riesgo país se dispararon juntos a la zona de 1500, las acciones y los bonos argentinos están a precio de default. Además volvió la brecha: el CCL creció bastante más fuerte que otros tipos de cambio, lo que da cuenta de que comenzó el proceso de fuga de capitales de las grandes empresas, todavía alcanzadas por el cepo. Esa fuga es un fenómeno característico de todas las crisis argentinas. Por otra parte, esa brecha le pone un piso a las expectativas de devaluación al reflejar un precio superior que los grandes jugadores están dispuestos a pagar. Cada dólar que el Gobierno vende más barato que eso la salida de la crisis está un dólar más lejos y el default un dólar más cerca.

Es que el problema de fondo hoy, como en la enorme mayoría de los gobiernos argentinos desde 1983 hasta acá (es decir desde la dictadura que comenzó el ciclo neoliberal de super endeudamiento que nunca pudimos resolver del todo), es la falta de dólares potenciada por obligaciones impagables. Como debemos más dólares de los que el país puede produce como excedente, la expectativa siempre descuenta medidas costosas, una devaluación fuerte o restricciones a la compra de divisas, en el corto o mediano plazo. Cada vez que, en lugar de esas medidas, se intenta cambiar la expectativa a pura intervención, el resultado fue opuesto: cada día y cada dólar invertidos sólo logran drenar las arcas estatales a cambio de algo de tiempo. Cuando se acaba el poder de fuego, el golpe es más fuerte y queda la deuda.

Es que el problema de fondo hoy, como en la enorme mayoría de los gobiernos argentinos desde 1983 hasta acá (es decir desde la dictadura que comenzó el ciclo neoliberal de super endeudamiento que nunca pudimos resolver del todo), es la falta de dólares potenciada por obligaciones impagables. Como debemos más dólares de los que el país puede produce como excedente, la expectativa siempre descuenta medidas costosas, una devaluación fuerte o restricciones a la compra de divisas, en el corto o mediano plazo. Cada vez que, en lugar de esas medidas, se intenta cambiar la expectativa a pura intervención, el resultado fue opuesto: cada día y cada dólar invertidos sólo logran drenar las arcas estatales a cambio de algo de tiempo. Cuando se acaba el poder de fuego, el golpe es más fuerte y queda la deuda.

Se trata, desde ya, de un acto institucional. Uno de extrema gravedad, reflejado en la mayoría especial que requiere. La misma mayoría, dicho sea de paso, que hace falta para nombrar un juez de la Corte Suprema, cosa que no disuadió a este Gobierno de intentar despachar ese trámite por decreto. Esto, en cambio, debe hacerse de acuerdo al manual de procedimiento y respetando todas las garantías, sí, pero sin con total severidad. Vivimos momentos de extrema gravedad en los que se pone en juego la integridad nacional. Ante estas circunstancias, los poderes del Estado deben actuar tal como los habilita a hacerlo la ley. Ni un centímetro más, es cierto, pero tampoco un centímetro menos. Si el Ejecutivo está dispuesto a dilapidar otra vez el fruto de nuestro trabajo, el Congreso debe evitarlo.

¿Por qué un juicio político contra Caputo y no contra Milei, que es sin dudas el responsable político de este proceso? En principio porque destituir a un presidente es la medida de última instancia y, excepto cuando no sea posible, no es aconsejable saltarse pasos en cuestiones tan delicadas porque comprometen la legitimidad de cualquier gobierno que venga después. En segundo lugar porque reunir los consensos para esa decisión extrema puede tomar, todavía, un tiempo, en tanto y en cuanto el deterioro de las últimas dos semanas continúe a este ritmo y no se precipite. En cambio es necesario detener la salida de cientos de millones de dólares diarios mañana mismo si fuera posible. Cada día de demora se pierde el costo equivalente a más de un año de funcionamiento del Garrahan.

En el Gobierno dirán que es golpista, pero le dicen golpista a cualquier cosa a esta altura. Estrictamente hablando, desplazar a Caputo y obligar a un cambio de política económica en este momento es el mejor favor que pueden hacerle a Milei, a quien todo el círculo rojo le exige un recálculo del rumbo que él es incapaz de hacer por sí solo. Sin cambios en el esquema económico, este Gobierno no tiene futuro, de forma tal que forzar esos cambios puede darle algo de aire, no para revivir su proyecto político pero sí, con suerte y viento a favor, para llegar a 2027 y negociar los términos de su rendición. Por otra parte, al apuntar contra el ministro de Economía, queda al menos por un tiempo dispensada del rol de chivo expiatorio su hermana, que hasta el miércoles tenía todas las fichas para ese papel.

El problema es que el presidente sigue creyéndose infalible como economista y eso lo lleva a deducir erróneamente que el problema es pura y exclusivamente de política y comunicación. Piensa que la economía va a acomodarse si gana la elección y que eso depende de la campaña. Es al revés. No le va a ir bien el 26 de octubre no por ninguna campaña sino porque la economía está rota. Y no desde hace dos semanas. Para el que vive de su trabajo está rota desde antes del 10 de diciembre de 2023 pero no hizo más que empeorar a partir de ahí. Es mentira (ni siquiera un abuso de la estadística, es lisa y llana mentira) que sacaron 12 millones de personas de la pobreza. Es mentira que se cuadruplicaron los salarios, como dice el presidente. Es una mentira comprobable que la gente vive mejor.

También es mentira cada vez que dice que corrieron a Lule Menem, o cuando hacen algún gesto de empoderamiento de Santiago Caputo para aplacar a sus minions digitales, o cuando anuncian nuevas instancias de debate, mesas y comités. Las decisiones sobre economía las toma Milei. Las decisiones sobre política las toma Karina. Y eso difícilmente va a cambiar, por más que algunos sueñen con intervenciones externas o cambios de staff que modifiquen el rumbo. Ahora la solución de todos los problemas, aparentemente, es Pilar Ramírez. Jefa de campaña en CABA, el único distrito que ganó La Libertad Avanza este año. Recaudadora para los hermanos. Cambiar para que nada cambie. Il gattopardo.

A la deriva e incapaz de generar confianza, a Milei le queda una sola carta, que intentará jugar este martes cuando tenga un encuentro bilateral con Donald Trump en el marco de la Asamblea de Naciones Unidas, en Nueva York. En las últimas horas empezaron a sonar fuerte en el circuito financiero las versiones de que se activaría alguna clase de crédito o swap con Estados Unidos (es decir: más deuda) para mostrar fortaleza y ponerle un freno a la corrida. Es difícil saber cuánto hay de realidad en ese anuncio y cuánto de humo diseñado para traer calma a mercados nerviosos. Los antecedentes son escasos, remotos y sucedieron en un mundo muy diferente. Un préstamo de esa naturaleza, en este contexto global, sería una carga inédita para la Argentina, con consecuencias masivas y difíciles de predecir.

Desde que Trump asumió por segunda vez, hace tan sólo nueve meses, ese país profundizó su deriva en un imperio forajido al margen de la ley internacional, que se desliza rápidamente hacia el espectro no democrático en materia interior y está al mando de un líder errático y sin escrúpulos. Si hasta el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional, mucho más institucionalizado, tiene cláusulas secretas que muchas veces ignoran la ley argentina, ¿qué podemos esperar de un acuerdo realizado prácticamente entre privados, por fuera de cualquier orden legal o control? ¿Qué está dispuesto a entregar este Milei acorralado a cambio de un poco de falsa sensación de seguridad? ¿Hasta dónde estará dispuesto Trump a llegar para cobrar esa deuda si el día de mañana otro Gobierno cuestiona el pacto?

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